viernes, 27 de julio de 2012


LOS MALDITOS

El ruido infernal de la sirena despertó a todos los reclusos, era las 4 de la mañana y los guardias obligaban a todos a ponerse de pie.
El golpeteo de los garrotes en las rejas de las puertas, era el anuncio de que había que levantarse inmediatamente, caso contrario el castigo era terrible.
Una vez que los reclusos estaban de pie los hacían salir de las celdas, descalzos y en calzoncillos, sin nada más de ropa. Encolumnados uno tras de otro se dirigían al patio. Aquel que se había convertido en el terror de los presos por todo lo que allí sucedía. Al llegar, debían colocarse en el paredón, su espalda sobre el frío muro de piedra de canto rodado, tan frío como el alma de un muerto.
El grito inclemente de aquel sargento ordenando a su tropa que preparara los instrumentos para el castigo, dejaba a cada reo con la amargura de saber si esta vez saldrá o no con vida.
A la cuenta regresiva, los policías de dos en dos agarraban las gruesas mangueras que conectaban a los hidrantes y una vez escuchada la orden, procedían a rociar con un fuerte y helado chorro de agua a los presos. Los cuerpos caían sobre el suelo empapado y debido al frío intenso las convulsiones eran mínimas. Era la forma más fácil de librarse de muchos.
Cuando se dio cuenta, el sargento, que el agua ya no hacía efecto en aquel grupo pequeño de reos denominados “los malditos”, decidió agruparlos en una sala. Eran seis y todos lucían tatuajes y recias musculaturas, sin lugar a dudas debían ser criminales, violadores y terroristas.
Llevaban muchos años encerrados, el único contacto con el mundo exterior era el médico. Ni una sola mujer entraba en ese mundo.
El sargento, con su barba poblada y mirada inquisidora, era uno de los más astutos investigadores, al ser informado sobre una posible fuga masiva decidió investigar a su manera. Agrupados los malditos, sentados frente a un cristal esperaban ver lo que detrás sucedería. Se encendió una luz y aparecieron tres mujeres desnudas que empezaron a jugar con uno de los policías, lo desnudaron y cada una se apropió de un lugar del cuerpo del hombre. Los reos empezaron a sentir el efecto y enloquecieron, trataban de romper el cristal, uno de ellos, no soportó más y trató de violar a su compañero, era el caos y la anarquía. Intervino la policía y sujetaron a los hombres que maldecían el momento que atravesaban, dos de ellos claudicaron y reconocieron que intentaban fugar.
Los cuatro restantes, fueron llevados a otra sala, de dos en dos los hicieron entrar, los acostaron sobre una cama de hormigón y sujetaron con correas. El sargento, se acercó al primero y con su sonrisa maquiavélica, hizo que entrara una de las mujeres y procediera a acariciar y lamer el pene del hombre. El reo angustiado intentaba gritar que no parara, que siguiera, en el mejor momento, de un manotazo tiró a la chica e inmediatamente puso sobre los testículos un terminal eléctrico el mismo que hizo efecto instantáneo, el grito del preso fue ensordecedor, lacerante y agudo, que retumbó en las paredes de ese terrorífico lugar. Pidió perdón.
Aterrorizado el otro reo, al ser preguntado sobre si estaba en el grupo de los que pretendían escapar, no dudó en aceptar y declararse culpable.
Entraron los otros dos reos y fueron ubicados en las mismas dos camas. De repente, escucharon al sargento ordenar que trajeran al reo que se declaró culpable, lo puso delante de ellos y procedió a colocar la terminal eléctrica en sus testículos, no duró mucho y se desplomó tras un grito espantoso.
El silencio de los dos fue total, sin duda eran los más fuertes. Al ver que no se inmutaban, ordeno trajeran su maletín de herramientas, extrajo una pinza larga y procedió a arrancar de cuajo las uñas de uno de ellos y sobre la piel herida derramar sal y limón, los alaridos fueron tremendos. El otro reo seguía sin inmutarse.
Cuando se dirigía hacia él, escuchó que ordenaba se abrieran los grifos del gas, paralelamente, un estruendo terrible y la apertura de un boquerón en la pared. Por allí aparecieron un grupo de hombres armados, tomaron como prisionero al sargento, liberaron al reo y cuando empezaron a correr, el reo ordenó se detengan. Pidió le trajeran al sargento, lo desnudaron, lo tumbaron en una de las camas boca abajo y ordenó lo violaran.
Antes de retirarse, colocó un taco de dinamita en el culo del sargento, conectó los cables y se alejaron. En pocos minutos se escuchó el estruendo que silenció para siempre al sargento.
Cuando atravesaron el umbral de la última puerta y se aprestaban a dispersarse, una ráfaga de metralla acabó con la vida de muchos de ellos. El maldito se salvó gracias a la intervención de una rubia despampanante, una mujer exuberante, de pechos grandes y cuerpo escultural, quien logró esconderlo y arrastrarlo hacia uno de los coches del estado mayor del ejército. Cuando estuvieron fuera de peligro, lo llevó a su casa en las afueras de la ciudad. Al subir las escaleras, los empleados casi con terror hicieron una reverencia, sabían que ese hombre no saldría vivo. Esa mujer era sanguinaria, era conocida como la maldita, nada más y nada menos que la mujer del sargento.
AUTOR: RAMIRO YEPEZ GONZALEZ

3 comentarios:

  1. No sabría decir en qué eres mejor si en la prosa o en la poesía.
    Felicidades vate.

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    1. Gracias Campanilla, tú siempre tan amable.
      Un besito.

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  2. Final inesperedo.....tremendo relato.Me ha encantado.
    Un besazo.

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